miércoles, 26 de octubre de 2011

Bitácora de Marcos

Tras unas diligencias empresariales en Buenos Aires, Marcos quiso caminar por el centro de la ciudad. Conoció la Plaza de Mayo experimentando el escalofrío de pensar en los cientos de desaparecidos y las madres de aquellos personas que buscaban el paradero de sus seres queridos, bien muertos o bien retenidos ilegalmente a manos del Estado. Caminó por la Avenida Mayo y se vio en la entrada del famoso Café Tortoni; un amigo suyo ya le había hablado maravillas de el. Fue entonces cuando entro y se encontró con grandes cuadros, el sabor a tango y literatura, un lugar repleto de gente, camareros atentos y elegantes, un escenario cargado de historia y esplendorosa intelectualidad y bohemia. Se pidió un capuchino le preguntó a un mesero que si podría contar un cuento y le extendió una tarjeta. El mesero leyó lo miró nuevamente y le fue a preguntar al gerente encargado. En instantes acomodaron un micrófono y un espacio, el administrador encargado solicito silencio, lo presentó, dijo que se sentía orgulloso de tener entre sus invitados a una persona tan especial para el Café Tortoni. Marcos saludó con su acento colombiano de la región antioqueña y con el capuchino a medio empezar, en un silencio parcial, comenzó a relatar:

A las afueras de buenos aires existía una finca cuyo dueño tenía unas plantaciones frutales famosas; allí había crecido un árbol grande y majestuoso de guayaba, el más alto y fronduoso de todos, pero el que sorprendentemente más frutos daba. Dos guayabas nacieron juntas y desde que se conocieron compitieron por cual sería la guayaba más grande, hermosa y deliciosa de todo el árbol. Mientras que el señor guayabo tenía que conversar y atender a los requerimientos de las guayabas sobre el sol, la lluvia, los gusanos y otros insectos, las dos guayabas lo llamaban para preguntarle cual de las dos era la más hermosa, la más provocativa, la que primero estaría lista para ser consumida; se generaban tanta discusión entre las dos que el árbol mejor continuaba en sus asuntos más prioritarios sobre las otras guayabas. Con el paso del tiempo crecieron y se convirtieron en dos ejemplares magníficos de guayabas. Le preguntaban al árbol cual de ellas sería la que primero escogerían por su calidad y hermosura; no duraba mucho para que estuviese
atendiendo a las otras guayabas sobre temas mas importantes como el sol, la lluvia o los gusanos e insectos. Ni mucho sol, ni mucha sombra, las guayabas se engordaron más y comenzaron a salirles puntos negros y arrugas en su piel hasta que una cayó al piso y luego la otra. En el suelo la que había caído primero a punto de estallar en felicidad gritaba de la emoción que había ganado la gran competencia estética de su vida, la otra mirando nostálgicamente al árbol pensaba que nunca valió la pena discutir cual era la más bonita y provocativa.

Finalizado el cuento y esperando aplausos con una gran sonrisa en sus labios, Marcos lo que encontró en sus asistentes fue seños fruncidos y una voz que le replicó – che pero que es lo que nos has creído pelotudo? - comenzó un gran murmullo, con el cual se daba la señal de salida de emergencia, poco tomada por él en su vida, pero que en este caso podría costarle caro no atenderla. Agradeció al público la atención, entregó el micrófono y fue el tiempo justo para salir de entre las últimas mesas que daban a la puerta mientras ya se empezaba a parar la gente con ánimo de violencia. Cerró la puerta de la entrada y respiró un airesito fresco a pesar de la congestión vehicular. Caminó sonriente, pensando que entre las dos guayabas y los seres humanos hay mucha diferencia. Se reía y caminaba.

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