La religión y Dios por milenios han coexistido en la mente del hombre; “El hombre en su orgullo, creó a Dios a imagen y semejanza” dijo Nietzsche en aquella ocasión y repetirían después miles de personas hasta hoy. Ese alemán testarudo tal vez, en su orgullo, se dio cuenta lo absurdo de la existencia de Dios y las religiones en la historia.
Ya está muy gastado el tema de las guerras de religiones y las persecusiones a creyentes en todos los tiempos, más aún, las discusiones sobre la religión en la sociología, la filosofía, la política y el derecho, aunque esta vez, encontraríamos una particularmente paradójica:
Desde la Constitución de los Estados Unidos de América de 1787 se consagró una cláusula denominada preámbulo y muchas Constituciones en la actualidad la conservaron con diferencias conceptuales por supuesto; el preámbulo es el primer fragmento o parte de la Constitución y en ella se consagran los objetivos o fines que deben ser alcanzados y respetados por el pueblo.
La discusión en Colombia alrededor de 200 años – volviendo al tema que animó este escrito – era si en el preámbulo de la Constitución debía estipularse algo referido a Dios, es decir, nombrando a Dios como suprema autoridad (CN 1886), creador o legislador del universo (CN 1821) o invocando su protección (CP 1991). Y en realidad esa discusión no se dio solo en Colombia, sino en la mayoría de Estados nacionales latinoamericanos y confesionales a nivel mundial.
Como mencionamos anteriormente, nuestra última constitución (1991) consagró el precepto “invocando la protección de Dios” muy a pesar de la sugerencia de Gabriel García Márquez que sugirió “invocando la protección de todos los Dioses de Colombia”. Sucedieron así, maravillosas discusiones y oratorias en defensa o en oposición al otorgamiento de una posición privilegiada a Dios en la Constitución. Lo paradójico, es que en la Constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, donde Dios debió ser mencionado en el preámbulo, lo echaron de menos.
En Colombia y en otras Naciones vamos a la guerra y discutimos con tanta seriedad por la religión o el lugar de Dios en el Estado manifestado en el preámbulo de la Constitución. Ya desde 1929 el sumo pontífice nos había demostrado lo absurdo y paradójico que era el tema.
Alejandro Guzmán Rendón